martes, 25 de diciembre de 2012

Prefacio de mi libro, Renglones de arena.


                  No sabemos leer la historia.
                   Jamás se sabrá cómo ocurrió.             
                   Pudo ser de ésta u, otra manera.          
                                       ¿Quién lo sabe?...          
                   Podría comenzar ésta historia con:
                                       “Erase una vez…”      
                   Me remitiré a esbozar un pequeño prólogo,                                        
                   preludio del engranaje de este relato.
                                                       Comencemos…   

                                                                                                                                

      
    Al principio, cuando la memoria de la historia comenzaba a fraguarse, cuando los primeros pobladores descendieron de los árboles (eso dicen), cuando no se albergaba la más remota posibilidad de que pudiera llegar a producirse la fusión –llamémosla así- entre naturaleza, caos climático y las especies, surgió la luz, la chispa que detonó el cosmos del conocimiento dando paso a la conciencia.
     Se abría la puerta del indescifrable: el código que nos diferencia de toda especie, desconocido a nosotros mismos, y que sabe Dios si alguna vez concluirá su, ¿sempiterna evolución?... Sí, el cerebro humano.
    La llama de la inteligencia arde, brilla desde el génesis de los tiempos, pero aún hoy,ignoramos” como dosificarla y encauzarla. Desconocemos su engranaje, sus recovecos, que no nos son ajenos. Nos fue legada.
     Apilando piñas, devorando carroña, articulando sonidos guturales, aporreando congéneres… Ese fue el preludio de nuestros ancestros.
Éramos salvajes, pero entretanto, El Fénix ya había sucumbido, volviendo a renacer de entre sus cenizas. La luz del conocimiento ya iluminaba y dibujaba el horizonte de aquella tradición que quedó anclada en la memoria ancestral, y sus portadores: sociedad hermética, configuraban el génesis mientras el planeta se arropaba con pieles y devoraba carroña.
   Antes que los faraones fue la Esfinge.  Antes o, quizá, contemporánea de la Esfinge fue un cenobita, asceta, sacerdote, maestro e iniciado; el garante de la memoria primigenia: Taa Wser. La incógnita sellada.
     Perpetuó el conocimiento, hoy olvidado.


     (MARISA INFANTE J.)